![]() |
Sorbyphoto, Pixabay |
Darle
un giro a tu vida cuando has vivido más de la mitad de ella no es cosa de
cobardes. Lo sé porque lo estoy viviendo. Esta entrada no es un tratado sobre
la traducción sino una despedida. Madurar es genial; me considero muy afortunada
por haber llegado hasta aquí y me da el derecho a citar las palabras de José
Micard Teixeira con las que tanto me identifico:
I no longer have patience for certain things, not because
I’ve become arrogant, but simply because I reached a point in my life where I
do not want to waste more time with what displeases me or hurts me.
I have no patience for cynicism, excessive criticism and
demands of any nature.
I lost the will to please those who do not like me, to love
those who do not love me and to smile at those who do not want to smile at me.
I
no longer spend a single minute on those who lie or want to manipulate.
I
decided not to coexist anymore with pretense, hypocrisy, dishonesty and cheap
praise.
I
do not tolerate selective erudition nor academic arrogance.
I
do not adjust either to popular gossiping.
I
hate conflict and comparisons.
I
believe in a world of opposites and that’s why I avoid people with rigid and
inflexible personalities.
In
friendship I dislike the lack of loyalty and betrayal.
I
do not get along with those who do not know how to give a compliment or a word
of encouragement.
Exaggerations
bore me and I have difficulty accepting those who do not like animals.
And
on top of everything I have no patience for anyone who does not deserve my
patience.
Emigré
a España muy jovencita. A estas alturas ya sabéis que nací y me crié en Suiza
donde me diplomé en Comercio. Nacer en el seno de una familia numerosa (de las
de antes), humilde y multilingüe, me dio la oportunidad de aprender a comunicarme,
a tratar con personas que quieres, pero también con las que no conoces de nada.
En casa de mis padres nunca sobraban «los dineros», más bien faltaban, pero
siempre estaba llena de gente feliz, música sublime y libros en cantidad. No
nos faltó de nada, mis progenitores siempre tenían recursos para todo y si
queríamos algo especial teníamos que ganárnoslo por nuestra propia cuenta. Así
comencé muy pronto a trabajar. No había llegado ni a la adolescencia cuando
empecé a repartir periódicos en el barrio que me habían asignado. Para ello
tenía que levantarme a las cinco de la mañana, desayunar y sacar la bicicleta
del sótano, rodar hasta la editorial, recoger las tongas de periódicos,
cargarlas en la bici y dirigirme al barrio de reparto. Mis preocupaciones de
entonces ahora me parecen lejanas e insignificantes. Le tenía pánico a los
perros y en casi todas las casas en las que debía dejar el periódico había
alguno que me ponía los pelos de punta. El invierno era un suplicio para el
reparto, imaginaos pedalear congelados en la oscuridad, nevando a todo meter e
intentando controlar el equilibrio entre el hielo, la nieve, el pelete, los
coches… Pero no abandoné. Sabía que era importante ganarme unos «duros».
Tenía
pocas pero buenas amigas y en la escuela se reían de mí porque llevaba dos
trenzas gordas cuando la moda era llevar un corte de chico. Sobreviví al bulling durante los años de Primaria y,
cuando terminé la Secundaria me matriculé en una escuela privada. Carísima ya
en aquel entonces. Tuve que ayudar a pagarla y para ello tenía dos trabajos.
Ambos eran cara al público. Me encantaba saludar a los clientes habituales,
darle la bienvenida a los nuevos y conversar sobre los asuntos que les
preocupaban. Al terminar la escuela de comercio me vine al Sur por razones
familiares. Hice muchas experiencias buenas y menos buenas; me equivoqué en
cantidad de ocasiones pero nunca dejé que eso afectara a mi forma de ser, sino
que lo aceptaba como aprendizaje oportuno para madurar.
Me
enamoré. Nos casamos. Di a luz a dos tesoros (sin epidural) y los criamos como
mejor supimos. Nadie nos enseñó cómo criarlos y los niños tampoco vienen
enseñados. Construimos nuestro hogar en los años que siguieron. Seguí
trabajando además de cuidar de mi familia. Es todo cuestión de organización. Y
quería más. Me puse a estudiar y cambié de trabajo. Hay que mejorar, ¿verdad?
La
primera vez que interpreté voluntaria y conscientemente entre un médico y un
paciente me di cuenta de que me gustaba más de lo que había pensado. Busqué dónde
poder mejorar mis habilidades. Me matriculé en el Acceso para mayores de 25 años
en nuestra Universidad. Podría haberme matriculado en el de mayores de 45 años,
pero ese curso solo contaba con dos asignaturas y yo la que quería era la de
Introducción a la Traducción e Interpretación que se ofrecía en el curso para
mayores de 25. Me matriculé solo por esa asignatura y tuve que estudiar seis
asignaturas más para aprobar el curso de acceso. Sé lo que es trabajar duro por
un sueño. Pero también sé lo gratificante que puede ser.
Aprobé
los dos exámenes de entrada (el de español y el de inglés) a la Facultad. El
primer año fue muy duro pero se acostumbra uno a todo. Si te organizas bien
puedes estudiar, trabajar, cuidar de tu familia y aún tener tiempo para tomarte
un café con tus amigas. Pasaron cinco años que aprobé año por año. No repetí ni
una asignatura y saqué varias matrículas de honor. No es por dármela sino para
mostrar que no hay nada que sea imposible siempre que se desee con todo el
alma. Sí, me faltaba tiempo para muchas
actividades, estudiaba hasta horas intempestivas y no disfrutaba de los fines
de semana libres. ¿Valió la pena? ¡Sí! Conocí gente extraordinaria; me
perfeccioné en la organización de todo lo que me importaba; aprendí a valorar
el tiempo de calidad y disfruté estudiando lo que me gusta y no lo que me
imponen.
¿Y
ahora qué?
Ahora
a comenzar de nuevo, como en tantas ocasiones de mi camino en esta vida. No me
pesa. Me gusta lo que hago. Comenzaré desde cero, poco a poco, a construir mi
pequeña empresa. ¿Me equivocaré? Sí. Todos lo hacemos. Muchos no se quieren
acordar de sus comienzos. Muchos, los que valen, estarán ahí para apoyar y
animar. Otros aparecerán para ponerte la zancadilla. No importa. Lo que he
aprendido a lo largo de mi crecimiento es que los que te ponen la zancadilla lo
hacen porque tú eres un peligro para ellos. ¡Aúpa, que vamos por buen camino!
A
todos los que me han acompañado en este camino: ¡Muchísimas gracias por vuestro
apoyo, por vuestros ánimos y por vuestros Kleenex cuando tocaba desahogarse!
Desde luego no hubiera sido ni tan remotamente interesante ni tan divertido sin
ustedes.
Queridos
lectores:
Tengo
noticias desafortunadas (o afortunadas, según se mire) para ustedes. Este blog
ha cumplido con su propósito: contar las aventuras y desventuras de una
universitaria y futura traductora y, por lo tanto, no habrá más entradas. De vez en cuando actualizaré la Sopa de blogs y la Caja de recursos. Me
gustaría daros las gracias por haberme acompañado en estos años, por visitar el blog, curiosear en él y dejar algún que
otro comentario. Nunca pretendí que lo visitaran muchas o pocas personas ni tampoco
que comentaran o no comentaran. Disfruté escribiendo y seguiré haciéndolo en
otros medios. Esta bitácora seguirá en la red para los que quieran disfrutar de
ella. El que quiera contactarme ya sabe dónde encontrarme.
¡Ha sido un placer! ¡Hasta pronto!