No
puedo recordar mi vida sin música. Desde chiquitita me inculcaron el arte de
escuchar y producir sonidos. Puedo decir que me crié con Jorge Negrete y Pedro
Infante. Aún me acuerdo cómo mi Papá ponía el tocadiscos en el suelo del salón
para pinchar un disco de vinilo de 33 revoluciones por minuto (RPM) y bailar
con nosotras.
Como buenos emigrantes, los domingos se dedicaban a la cultura
musical canaria. Eso se traducía en que por las mañanas mi padre ponía Los
Gofiones para desayunar y terminábamos el día cenando en compañía de Los
Sabandeños. Teniendo un padre melómano, me acostumbré a escuchar todo tipo de
música como ópera, clásica, jazz, blues,
pop, y folclore, añadiendo la música de los
años 70 y 80 a mi bagage cultural. También me acuerdo de un regalo de cumpleaños muy especial: acudir a ver El Barbero de Sevilla con mi madre. No es, por lo tanto, de extrañar, que
recibiéramos clases de música, mi hermana flauta travesera, yo el clarinete J y
que mis mejores recuerdos escolares sean los ensayos después de almuerzo y en clase, con
nuestra banda improvisada de jazz, cuando ya todo el mundo se había marchado para
sus casas. Ah, sí, también tocaba en la banda militar del pueblo J
La
palabra música viene del griego mousiké y significa “el arte de las musas”.
Según el RAE, en su primera acepción es melodía, ritmo y armonía combinados; en
su segunda: sucesión de sonidos modulados para recrear el oído; en su tercera:
concierto de instrumentos o voces, o de ambas cosas a la vez; y, en su cuarta
acepción es el arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los
instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite,
conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente. O sea, que la
música alude al arte de estructurar una combinación coherente de silencios y
sonidos, con criterios lógicos y sensibles.
La música es el idioma perfecto para unir culturas y pueblos. La
música es comunicación entre emisor y receptor, es un texto origen (TO) y un
texto meta (TM) no solo a través del sonido, sino también a través de sus
palabras, el texto que acompaña al sonido. La música puede encerrar dentro de
sí una amplia manifestación de sentimientos, de ideas que se manifiestan en una
gran expresividad. Mousiké es un texto que permanece en el tiempo, que podemos
escuchar una y otra vez, que influyen en el receptor a través de sus mensajes y
que permanecen en nuestras memorias porque forman parte de la personalidad
cultural y sentimental de generaciones. Siempre ha existido la música, las
canciones. Desde la antigüedad, el lenguaje musical acompaña a las sociedades.
Es un vehículo transmisor de inquietudes, padecimientos, alegrías y temores que
toman forma de comunicación, que son un hilo conductor para expresarnos.
Acordaos de las nanas que os cantaban vuestras abuelas, de los cuentos a los
que les ponían melodías vuestros abuelos, de los poemas cantados que aprendisteis cuando niños.
La música juega un papel importante en el lenguaje. Al escuchar o tocar música se activan áreas del habla o procesamiento del lenguaje en el cerebro. Ya se sabe que el lenguaje y la música se asocian con las emociones. O sea, la música y la emoción comparten una misma región del cerebro, conocida como el cortex prefrontal. No, no lo digo yo, lo dicen los científicos de la Universidad de Dartmouth que analizaron las reacciones cerebrales de algunos músicos. Gracias a la imaginería cerebral, que señala qué parte del cerebro reacciona a un estímulo específico, los investigadores descubrieron que la capacidad de reconocer la música está situada en una parte del cortex prefrontal que es fundamental también para el aprendizaje de conocimientos y para la respuesta o control de las emociones.
Traducir música es como traducir poesía. Aquí es donde me topé con
un artículo de Jorge Luis Borges en la ESTAFETA, titulado La música de las palabras y la traducción. Recomiendo su lectura,
es un artículo hermoso: http://estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com.es/2010/07/jorge-luis-borges-la-musica-de-las.html
Traducir
canciones a otro idioma implica un reto, porque están involucrados los idiomas
de origen y de meta. También implica conocimiento musical, el manejo poético
del lenguaje, creatividad y capacidad para resolver problemas. Algunas
dificultades podrían ser las palabras, que en unos idiomas son más cortas o más
largas, monosílabos, palabras contraídas y flexibilidades en las acentuaciones.
Para
traducir canciones, hay que tener en cuenta la intención del artista o músico,
ya que no es suficiente con comprender las palabras, sino que se debe captar lo
importante, la esencia del discurso artístico escrito y musical, las ideas,
sensaciones y emociones que el autor quiere transmitir. (Pragmatismo, ¿verdad
Marina?) Otro punto a estudiar es, si el lenguaje utilizado es visual,
sensorial, clásico, directo o metafórico, si contiene contexto ideológico y si
tiene expresiones idiomáticas. Una vez configurado y estudiado todo esto – y
más – pasamos a traducir con creatividad utilizando nuestra herramienta más
preciada, nuestra lengua meta, para generar un texto final de calidad, que
transmita lo que el autor original quiso manifestar.
Acabo
aquí. Ya podéis imaginaros, que mis hijos también salieron músicos J Uno
toca el harpa y su señora la guitarra (mi nuera tiene una voz de ángel, un
instrumento vocal increíble), y, el otro toca el trombón bajo y sigue batallando por
un huequito en este mundo tan poco valorado por una sociedad que, aún hoy, no
entiende que con el arte también se podrían pagar facturas, si la mentalidad
social valorara más lo mucho que aporta la música a nuestra identidad cultural.
Por cierto, su novia toca el violoncello. Como veis, estoy rodeada de lo que más me gusta: Las
artes.
http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas-mercurio-2008/mercurio-106/237-14-traducir-a-poetas
No hay comentarios :
Publicar un comentario