Últimamente me he percatado de que lo de estudiar
traducción me ha ampliado las miras tanto de forma positiva como de forma
negativa. Una de estas ventanas que se abrieron, fue descubrir que corrijo de
forma automática y sin querer artículos de periódicos, reportajes en revistas,
libros de textos, textos académicos o cualquier blog que se me ponga delante y - y esto es lo
peor - el recién publicado libro de Ken Follett que empecé a leer hace unas
semanas y que con tantas ansias esperaba. ¿Y sabéis qué? No busco corregir, sucede.
Es tan grave, que los fallos los corrijo con
colores, sí, ¡los marco en el libro! y en mi cabeza resuenan las vocecitas de Mae, Andamana, Marina, Gerry y Rubén que
aportaron calidad a mi educación lingüística y expresiva. ¡Si supieran lo mucho que han influido en mis
viajes a los saberes…! Los nombro porque se merecen este pequeño homenaje, porque sin ellos mi educación no estaría completa. Gracias por compartir conmigo tantos y tantos conocimientos que hacen que pueda ser mejor persona. Lo tendré en cuenta en lo que me queda de camino y procuraré hacer partícipe a los demás de lo que ustedes me inculcaron.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. Os puedo asegurar, que no es lo mismo leer un libro que entretiene y con el que disfrutas, que leer un libro en el que tus ojos topan con alguna falta ortográfica - por casualidad (¡¿Ley de Murphy?!): parece que todas las faltas quieren que las descubras y vienen a ti como si fueras un imán. Lo que antes me producía placer, ahora en muchas ocasiones me hace sufrir porque frena mi lectura, acelera mis pensamiento y mi sentido crítico. ¿Acaso me he vuelto loca? Bueno, siempre he sido un poco “salvaje” pero loca, lo que se llama loca… no creo… ¿Me he tomado el tratamiento esta mañana? ¿Quizás debí comprar la versión original del libro? ¿Por qué los pensamientos son como ráfagas o descargas que cuestan reformular en un nuevo código para decir exactamente lo que quieres decir o piensas? No lo sé. Lo descubriré. Estoy en ello.
Solo ahora es
cuando me doy cuenta de todo lo que aprendí y/o debí aprender en los últimos años.
Es como si la información que entrara anteriormente en mi cerebro se mutara
buscando un lugar concreto de aplicación. En momentos así es cuando descubro cómo
reciclar toda la materia guardada entre neuronas y que creía encerradas en un
cuarto lleno de luz de mi cerebro. Al no estudiar español desde pequeñita, me
suele costar mucho más escribir correctamente y sin fallos que a un nativo, pero voy
practicando y aprendiendo, que de eso se trata. Esto me hace recordar una frase de boca de Umberto Eco: “Ante todo, sigo aprendiendo”, y eso lo dijo ¡con 80 años!
Estudiar traducción puede condicionar toda tu vida, ¡pregúntamelo a mi! Lo más curioso es que no estoy sola, porque
más del 89% - por poner una cifra - de las personas que lee mi entrada se verá
representada y seguro que ya habrá encontrado alguna falta en lo que llevo
escrito.
En pocas palabras, cuando recibí el encargo de crear un blog, acepté el
reto con muchas dudas e inseguridades pero con la fuerte determinación de intentarlo cueste lo que cueste. Desde entonces aprendo constantemente
a informarme, leo y analizo, escribo y
reviso, recupero lo que aprendí y me preparo para compartir. Es extraño, cómo
me gusta todo este proceso. Fluye solo como un río que ya no tiene barreras, y, nunca pensé que pudiera echar en falta escribir, pero es así. Un día que no
escribo y la ansiedad me puede. Cito de nuevo a Umberto Eco y me veo reflejada
en sus palabras: “La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza,
no matar al pájaro”.
Y ahí es donde estoy yo ahora, practicando la caza pero sin matar al pájaro.
Soy feliz así, porque hago exactamente lo que más me gusta.
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