Vivir en un barrio humilde tiene sus ventajas
y desventajas que no enunciaremos todas en esta ocasión, pero hay una que
comparto porque viene al caso: es domingo, pasada las ocho de la mañana. La
vecina de unos 16 o 17 añitos, que vive
encima de nuestro piso, debió dormir como un lirón la noche pasada. Se siente
tan feliz, que precisa escuchar música a toda mecha sin importarle si los
vecinos necesitan seguir en los brazos de Morfeo para afrontar con salud un día
de trabajo o simplemente pensaban dormir un poco más en el día señalado del merecido
descanso semanal. Como se siente liberada (aparentemente no están sus padres)
salta y brinca como pimpollo saltarín que llega a dar hasta miedo: los techos tiemblan y
la lámpara de nuestro bureau oficial lleva el tacto de los sones y brincos. Tácata tácata,
tácata, toc, toc, toc. Se me ocurrió buscar las melodías con la aplicación
Shazam de mi móvil y me encuentro con música del tipo Si Yo Me Muero Mañana de Nejo & Dálmata. La cadena de reacción que conlleva esta
forma de comunicación sonora, añadido al volumen insano levanta a cualquier
muerto y, en mi caso, lleva a la entrada que estáis leyendo.
Estuve
hasta bien entrada la madrugada leyendo La
casa del lenguaje de Dietrich Schwanitz en su obra Bildung, alles was man wissen muss, - La Cultura Todo lo que hay que saber traducida al español por Vicente Gómez Ibañez, y me he quedado embelesada por la manera sencilla
y lúcida con que explica el don más importante del ser humano: el lenguaje. En esta entrada, escrita por Sergio Parra, editor en Papel en blanco podéis leer sobre el libro en general.
El
lenguaje es un sistema de signos con significado objetivo que nos diferencia
entre humanos y animales. El lenguaje articulado ayuda a escucharnos a nosotros
mismos, a percibir lo que expresamos como algo nuestro que sale camino hacia un
receptor para que éste, a su vez, lo descodifique para comprenderlo. Ambos
entiendan el mensaje más o menos del mismo modo, lo que facilita que el emisor
pueda ponerse en el lugar del receptor y sepa intuir o predecir la reacción de
éste. El lenguaje nos posibilita expresar nuestros ánimos y permite el
pensamiento y la reflexión. El que no domina perfectamente el lenguaje no puede
expresarse adecuadamente y no piensa de forma correcta. Tampoco puede
participar en la sociedad de manera ilimitada ya que se le escapa toda una
serie de ámbitos simbólicos.
Según
Schwanitz, “El mejor camino hacia la
cultura es, pues, el lenguaje. El lenguaje ha de sernos tan familiar como
nuestra propia vivienda o nuestra propia casa, cuyas habitaciones no
necesitamos utilizar constantemente. El sótano de la jerga, el lavadero del
desbordamiento emocional y el recinto destinado a la instalación de la
calefacción, que alberga la pasión, no los frecuentamos tanto como el comedor
del lenguaje coloquial, la habitación de la conversación íntima y la salita de
estar en la que hacemos vida social. Lo mismo cabe decir de la buhardilla del
lenguaje técnico y de la grandilocuencia, así como de la habitación de
invitados, en la que hablamos un lenguaje elevado repleto de extranjerismos.
Pero todas las habitaciones y todas las plantas de la casa del lenguaje deben
resultarnos accesibles; hemos de poder movernos en ellas con familiaridad y
facilidad, incluso con la seguridad de un sonámbulo.”
El
lenguaje tiene distintos estilos y niveles, por lo que reproduce las esferas de
la sociedad y sus distintos escenarios: no hablamos igual en el trabajo como lo
hacemos en casa con la familia y en un campamento de verano utilizamos un
lenguaje distinto al de una sesión deportiva en el gimnasio. La persona que no
llega a determinado nivel del lenguaje tampoco llega a un determinado o correspondiente
nivel de la esfera social. Esto no ocurre si moramos en la casa del lenguaje ya
que accedemos a cualquier esfera social al no cerrarnos a ninguna experiencia,
lo que nos facilita la relación y el entendimiento con todos los que nos rodean
y, además, nos vale para cualquier circunstancia de la vida. El truco está en saber
conectar – sin perder nuestra propia identidad – con el lenguaje de cada uno y
ser capaz de ponernos al nivel lingüístico de los demás porque cada límite
lingüístico que nos imponemos es también una limitación social.
Los
mandamientos del lenguaje, según Dietrich Schwanitz son los siguientes:
Primer
mandamiento del lenguaje:
No digas nunca que el nivel de lenguaje de tu interlocutor es distinto al tuyo (“Desgraciadamente, mi lenguaje no es tan rico como el suyo”; “Disculpe, ¿podría explicarme el significado de esta palabra? Yo no soy tan culto como usted”), y no le acuses jamás de terrorismo lingüístico, de hacer excesiva ostentación de su lenguaje o de intentar humillarte. Si tu acusación es infundada, le darás a entender que tu lenguaje no está a su altura; si tu acusación es fundada, tu interlocutor habrá logrado su objetivo. La situación es igual de desagradable en los dos casos, pero no porque tu interlocutor sienta que lo has pillado, sino porque se da cuenta inmediatamente de que tiene ante sí a una persona lingüística y culturalmente insegura, a la que debe tratar con precaución. Aunque te cueste soportar este tipo de situaciones, parodia al máximo la forma de hablar de tu interlocutor, exagérala o evítala, pero no la cuestiones nunca.
Segundo
mandamiento del lenguaje:
Aunque la mayoría de las veces es superfluo emplear extranjerismos, hemos de entenderlos.Los extranjerismos pertenecen a nuestro lenguaje. El que se siente inseguro cuando habla puede que tenga algún problema como el no entender los extranjerismos, que mayormente se deducen de los textos originales. Muchísimas palabras son miembros de familias de términos con una misma raíz. Schwanitz argumenta que: “La mayoría de nuestros extranjerismos proceden del latín, del francés y del inglés. Pero el mismo francés es hijo del latín, y el inglés un bastardo del francés y del anglosajón. Por lo tanto, quien ha aprendido en el colegio una o varias de estas lenguas suele ser capaz de deducir el significado de un extranjerismo a partir de alguna de ellas."
Otra
inseguridad a la hora de comunicarnos es el parco conocimiento que tengamos sobre la sintaxis y el vocabulario.
Es fundamental conocer siempre qué relación lógica guardan las oraciones
subordinadas con las oraciones principales y de qué elementos están compuestas
estas oraciones, lo que nos lleva al
Tercer
mandamiento del lenguaje:
Ten una visión clara de las partes de la oración, de forma que puedas reconocerlas en todo momento. Para distinguir el sentido de cada oración principal y la forma en que se expresa, debemos ser capaces de identificar y comprender las funciones de cada parte de dicha oración a través de sus elementos propios, como el sujeto, el predicado, el complemento directo, el complemento circunstancial, etc.
Cuarto
mandamiento del lenguaje:
Comprueba si eres capaz de relatar unos hechos, de reordenarlos y prepararlos adecuadamente para tus interlocutores, o si te limitas a reproducirlos sin poder distanciarte de la situación.
Esto
quiere decir, que hay personas que relatan algún hecho sin apartarse de la
forma en que ha transcurrido: necesitan contarlo todo hasta el más mínimo
detalle, casi palabra por palabra y de forma dramática, mientras que otros
separan el sentido de la forma en que han transcurrido estos hechos, resumiendo
de forma escueta, entendible y con capacidad para ver lo ocurrido desde
distintos puntos de vista, o sea, de forma distanciada.
Mientras
tanto, la música del piso superior ya no
se escucha. Se habrá cansado la niña. Los chiquillos juegan en los patios,
gritan detrás de una pelota y se cuentan historias unos a otros. Alguien ha pensado que no se puede
vivir en silencio y nos hace partícipe de las rancheras de Rocío Durcal. El
aire se llena de olor a asado de domingos, se escuchan los sonidos típicos de
platos, cuberterías y calderos en movimiento, mientras el sol, que tanta
felicidad proporciona al ser humano (según François Lelord), juega al escondite detrás de la panza de burro estival, típica de nuestra capital gran canaria.
Bendecido
domingo a todos J
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